Comunicado de rechazo a la injerencia extranjera en los asuntos internos de Venezuela y en favor de la paz, la concordia y la convivencia nacional
Tarek Williams Saad, Defensor del Pueblo


En el año 1976, los pueblos del mundo, enarbolando su experiencia de lucha de siglos contra el colonialismo firmaron en Argel la Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos, en la cual afirmaban: “Vivimos tiempos de grandes esperanzas, pero también de profundas inquietudes. Tiempos llenos de conflictos y de contradicciones”.

Esta declaración, hija de las luchas del Tercer Mundo contra la opresión colonial e imperial, establece en su Artículo 5 que: “Todo pueblo tiene el derecho imprescriptible e inalienable a la autodeterminación. Él determina su status político con toda libertad y sin ninguna injerencia exterior”.

En el derecho internacional los Estados tienen la obligación de abstenerse de intervenir, directa o indirectamente, en los asuntos internos de otro Estado con la intención de afectar su voluntad y obtener su subordinación. Se deriva de un principio del derecho internacional público, el principio de no intervención que establece la independencia de las naciones y el derecho de autodeterminación de los pueblos.

Este principio, que encabeza también los dos pactos internacionales de derechos humanos, es la clave de las relaciones internaciones justas y ha sido el más agredido, denostado y humillado por los imperios de la historia, que sólo lo reconocen cuando de sus asuntos se trata.

Hoy, como Presidente del Consejo Moral Republicano, órgano principal del Poder Ciudadano, enarbolando la Constitución de la República que en su artículo 1 establece que “La República Bolivariana de Venezuela es irrevocablemente libre e independiente”, rechazamos el ataque a nuestra soberanía que se viene desarrollando en el seno de la Organización de Estado Americanos y especialmente condenamos la campaña emprendida por su Secretario General, el señor Luis Almagro, con la cual se pretende presionar e intervenir en los asuntos internos de nuestro país y generar una situación de crisis e, incluso, alentar una intervención en nuestra tierra.

La historia de nuestro continente está colmada de ejemplos de cómo el poder imperial ha hecho uso de sus medios de persuasión, de su poder económico, de su capacidad de extorsión, de sus funcionarios serviles y de su fuerza bruta militar para imponer sus designios por sobre los intereses de nuestros pueblos. Y en ese concierto, la OEA ha sido siempre un tibio acompañante de los pueblos y un servil escenario para los agresores.

La campaña desarrollada por el Secretario General de esta organización, que cumple ya un año de intromisión en nuestra vida política y de agresión hacia las instituciones venezolanas, nos retrotrae a los días más tristes de la historia de esta región.

Jacobo Árbenz, Joao Goulart, Juan Bosch, Salvador Allende, Jean-Bertrand Aristide, Manuel Zelaya, Fernando Lugo, Dilma Rousseff son algunos de los nombres de presidentes derrocados por el intervencionismo y sus mandaderos locales, con la anuencia o indiferencia de este foro internacional paradigma del neocolonialismo.

En su triste historia se encuentra también la expulsión de Cuba y un largo camino de silencios ante la violencia ejercida contra los luchadores que ayer y hoy carecen de voz en el entramado institucional de la OEA.

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